El partido fue sádico con el Madrid. Le colocó entre el desastre total y la proeza absoluta, y cuando el equipo decidió morir en busca de una hazaña improbable, la realidad le condenó con un gol indiscutible, el cuarto, y con un árbitro imposible.
No soy partidario de justificar los resultados del Real Madrid repasando la actuación arbitral, ya que considero a los colegiados como a los postes, el larguero y el palo del banderín, mobiliario azaroso, de diferente utilidad y conveniencia que suele favorecer a quien más pisa los terrenos con maderas. Sin embargo, me permito una excepción: cuando el rayo fulmina un árbol, cuando un tronco carbonizado nos deja pruebas fehacientes de lo que pasó y pudo suceder.
Evitaré pronunciarme sobre si Kanouté tocó el balón en el primer gol del Sevilla e incurrió en fuera de juego, que lo pareció, e incluso podría obviar el brazo de Escudé que derribó a Higuaín dentro del área dibujando algo similar a un penalti. Ambas jugadas admitirían diferentes opiniones y se gastan fuerzas discutiendo. Pero nadie puede negar que Palop agarró a Higuaín con el partido empatado a tres y que como consecuencia de ese penalti pasado por alto Robben protestó y fue expulsado. Ese error arbitral condicionó decisivamente el partido y detuvo en seco la reacción de un Real Madrid que tenía en el holandés a su mejor futbolista.
No podemos decir qué hubiera sucedido si el Madrid hubiera tenido un penalti a favor y a Robben sobre el campo, pero es evidente que algo cambió en ese instante. El anfitrión sintió que se rompía la magia, la concentración de su conjura fabulosa, y el Sevilla, por su parte entendió que le arrojaban un salvavidas, un barco de rescate, el Carpathia mismo.
Ocho minutos después de ese suceso, con el rival desarbolado, Kanouté penetró por la derecha y asistió dulcemente a Renato, que cabeceó a bocajarro y puso la rúbrica a la victoria visitante. El Sevilla pudo lograrla de otras maneras y la consiguió de esa forma. No se pone en duda el triunfo de un equipo que se adelantó 1-3 en el Bernab se lamenta el pedazo de partido que nos arrebató el árbitro, la hazaña interrumpida, la proeza de ambos.
Pero no fue un partido ni de un hecho ni de un trecho. Si al Madrid le destrozó la primera parte, le redimió la segunda. Entonces, con 1-3 en el marcador, sometió al Sevilla a un asedio loco, desesperado, valiente, suicida y, en resumen, sinceramente conmovedor. Hay muy pocos equipos capaces de un arrebato semejante, tan prolongado, y no hay ninguno que encuentre tantos estímulos en lo imposible. El problema es que el Madrid sólo sabe vivir así, colgado del drama, pendiente de una proeza. Su actitud resulta encomiable, pero no deberíamos olvidar, al margen de la polémica arbitral, que es fruto de una debilidad interna, deportiva, que impide hallar soluciones en el fútbol convencional. El alma del equipo reacciona contra su enfermedad con la misma fiebre que ataca a las infecciones, pero no puede ganar siempre y cada vez gana menos.
Empaque.
Nada de lo comentado empaña el partido del Sevilla. Su primera parte fue excelente, luciendo el empaque de los equipos muy vividos y muy leídos. Aunque parezca lo contrario por el origen flamenco y el carmesí de la camiseta, se trata de un equipo frío, cercano a la fisonomía de los tanques. Es rocoso y se despliega con parsimonia, como si se desplazara sobre las orugas de los carros de combate. Las cosas cambian cuando el balón llega a Navas, Adriano o Kanouté. Ellos son el cañón y, en ocasiones, la bala.
Durante el primer acto, el Sevilla impuso su superioridad en el mediocampo. Adriano, Duscher, Romaric, Renato y Navas. Cinco contra tres: Guti, Gago y Van der Vaart. Porque el sistema del Madrid, con Robben o Drenthe, es un 4-3-3 que expone en cada ataque el hígado y el mentón. No hay defensa para resistir eso. Y, últimamente, tampoco hay portero.
No obstante, la primera mitad ya entrenó su crueldad con el Madrid. Le permitió un arreón formidable en el primer minuto, cuando Robben estuvo cerca de celebrar su regreso con un gol. Pero el Sevilla no tardó en recuperar un aliento que, como el de los dragones, sirve para encender cigarros. Un minuto después, Jesús Navas se escapó de Marcelo y Casillas apenas rozó con las yemas de los dedos un balón que pedía un puñetazo. Kanouté no alcanzó el balón, pero aterrizó manso a los pies de Adriano, que chutó entre las piernas de Michel Salgado y la tibia de Kanouté.
El gol no pareció grave. El Madrid nos tiene acostumbrado a esos inconvenientes y el equipo se desenvolvía como otras veces, rígido hasta los últimos metros, pero ágil a partir de entonces. Lo hemos visto mil veces: es en la proximidad del área cuando este equipo recupera la autoestima, allí no importan los achaques, no tanto. Y volvió a ocurrir. Cada acercamiento incluía la posibilidad cierta de un gol; insistió Robben, probó Higuaín y por fin marcó Raúl. El capitán peinó una falta lanzada por Guti, completando una conexión casi espiritual.
Romaric volvió a adelantar al Sevilla por un error de casting. Robben no debió defender al marfileño, que mide 1,90 y pilota un cuerpo de Maciste. De lo que ocurrió después no se puede culpar al ánimo del Madrid. La disposición táctica del Sevilla, orden y apoyos, bastaba para desquiciar a un equipo que no vive ni del orden ni del sudor, que tampoco tiene dibujo. Este Madrid necesita pasión, la exigencia de las situaciones dramáticas. Y dramático era lo que sucedía y lo que estaba por venir.
Huracán.
No podía imaginar Kanouté cuando marcó el tercero que acaba de desatar el huracán del Real Madrid. Lo comprobó en la segunda parte. Entonces estuvieron cerca de volar los jugadores del Sevilla, achicados por ese viento de furia, aferrados a los postes. Drenthe mejoró a Van der Vaart y el equipo se volcó en pos de la remontada, acompañado del Bernabéu, que pasó en cinco minutos de gritar contra Calderón a jalear al equipo, el fútbol lo puede todo.
Higuaín redujo distancias con un disparo lejano y cruzado, con un gol de raza, de orgullo puro. Gago empató con un cabezazo que confirma lo cerca que está el Bernabéu de Buenos Aires. Fue la apoteosis y la emoción tocó techo cuando Casillas salvó un gol cantado, como en los viejos tiempos. Robben disparó al palo e Higuaín también hizo sonar la madera antes de que Palop le frunciera la camiseta, el penalti, la roja, lo demás ya lo saben, buen equipo el Sevilla, gran corazón el Madrid.
Fuente:Diario As.com