El Tenerife fue mejor en la primera parte. Pellegrini tuvo que recurrir al brasileño, que ayer descansaba. Benzema marcó dos goles y sentenció el partido.
Kaká es tan prudente que juega como si hubiera gente durmiendo en la habitación de al lado. Y es el sigilo lo que puede confundirnos. Nadie discute su elegancia, pero existe el riesgo de restar importancia a su papel, ya sea por tímido o por educado, características inusuales, o tal vez porque su protagonismo en el juego no es constante, lo que resultaría, por otra parte, muy poco educado.
Ayer tuvimos la ocasión de saber cuánto vale Kaká. Ayer le tocó rotar y hubo que acortarle el reposo para sacar adelante el partido. Pocas veces, por cierto, acción y reacción se manifiestan de forma tan inmediata. Sin él, el Madrid fue maniatado por el Tenerife durante 45 minutos. Y silbado a tramos. Con él, el equipo tardó un minuto en marcar. Admito que la rapidez pudo ser casualidad, pero no lo fue el gol, ni el dominio posterior, culminado, para completar el círculo de nuestras certezas, con un tercer tanto logrado por Kaká sin romper un cristal.
Lo que ocurrió hasta llegar a ese punto encuentra varios responsables. De un lado se nos aparece la teoría de las rotaciones, o deberíamos decir, más bien, la diplomacia de las rotaciones. Está confirmado: no es posible consolidar un estilo cambiando en cada partido a los jugadores que lo sustentan. Y el intento se hace más inútil si además se retoca el sistema, sumando o restando centrocampistas, incluso intercambiando delanteros que en nada se parecen y cuya aportación sobre el juego difiere considerablemente.
Lección.
Al Tenerife le corresponde la otra parte de la responsabilidad, quizá la mayor. Su primera parte será el vídeo de cabecera de los próximos visitantes del Bernabéu. Cuesta recordar un equipo tan aplicado, tan superior tácticamente y, por último, tan osado. Porque la teoría está en los libros, pero otra cosa es recitar ante 80.000 personas, pocas amigas.
Desde una presión que invadía el campo del Madrid, el Tenerife acortó el tablero y alejó de su área cualquier incendio. Al poco se comprobó que había formado un cortocircuito monumental. Xabi no podía girarse y ordenar, Lass estaba en situación similar y quien trataba de bajar para ayudar no hacía sino aumentar el colapso. Fue entonces cuando echamos de menos a Kaká, su sigilo, su facilidad para filtrarse entre líneas.
El Madrid fracasó en el recurso del pase largo y sólo Raúl se acercó al gol con un rebote que estrelló contra un finísimo Sergio Aragoneses. El Tenerife también tuvo las suyas: Bellvis, Richi, Nino y Román, pletórico toda la tarde.
Tras el descanso, el cambio de rumbo. Kaká y Guti por Granero y Ramos; Lass se desplazó al lateral y el coche se apoyó sobre las ruedas. El resto fluyó. Benzema marcó de cabeza y Nino respondió con una vaselina que voló demasiado alta. Luego Cristiano esbozó el gol del año: se vio rodeado de rivales y decidió abordarlos en línea recta. Sólo le detuvo Aragoneses.
Benzema repitió al robar la cartera a Manolo, herido en un músculo antes y en el orgullo después. Y concluyó Kaká. Controló, se sopló el flequillo y limpió la escuadra. No lo hizo por presumir. Fue por ayudar en las tareas del hogar.
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