Nos quedamos con las ganas, a media rueda, superados por un apolo noruego que pasea el nombre del dios del trueno, Thor Hushovd. Lo cierto es que fuimos demasiado optimistas al confiar en un triunfo español en Barcelona, como si circular por territorio propio nos concediera alguna ventaja. No la tuvimos. El pelotón experimentó todos los tipos posibles de mojadura, de la ducha al riego por aspersión, y la etapa se convirtió en una clásica de chubasqueros y caras salpicadas de barro, un panorama muy propicio para ciclistas que casi nunca son de aquí.
Freire fue segundo, pese a todo, y José Joaquín Rojas, hermano del inolvidable Mariano, acabó tercero. Un noruego se interpuso en nuestro final feliz, un velocista que aprovechó la rueda de Freire como el triple campeón mundial suele aprovechar las ruedas de otros. Hasta eso nos dolió más. Ahora, afligidos como pollos bajo el aguacero, entendemos mejor el mérito del apuesto Pérez Francés, ganador en Barcelona hace 49 años.
Hubo quien lo pasó peor. La etapa estuvo marcada por una fuga que nació animada por el milagro del día anterior. En principio se escaparon Millar, Chavanel y Augé, gente de prestigio. Fue algo después, mientras nos preguntábamos dónde estaban los españoles, cuando el bravo Txurruka saltó en busca de los prófugos. Si consiguió atraparlos es porque el pelotón jamás perdió de vista la escapada, escocido por la experiencia pasada.
A 28 kilómetros de Barcelona, Millar demarró con su impecable estilo de contrarrelojista. No encontró respuesta inmediata. Txurruka corrió tras él en cuanto recuperó el aliento, pero era imposible capturar a ese galgo. No obstante, no se le puede negar al joven Amets su absoluta y maravillosa insurrección. Aunque se trata de un escalador, lo intenta todo y en cualquier sitio, y varias veces si resulta menester.
Montoneras.
Millar contaba con un minuto a 16 kilómetros. Por detrás, el pelotón se movía como una manada de elefantes sobre una pista de hielo. En cada curva había bajas. Cada frenada sin precisión daba con un ciclista al suelo y los que tropezaban con él. Así cayó, entre otros, Boonen, que a estas horas maldecirá el empeño de los abogados de su equipo por permitirle correr el Tour (es reincidente consumidor de cocaína).
La consecuencia de las montoneras es que el pelotón se fue fraccionando en varios grupos que favorecieron el lucimiento de las tomas aéreas de la televisión, que nos retrataron fiel y documentadamente la belleza de Barcelona y alrededores, siempre plagados de público, con un estilo que bien haría en copiar TVE para la Vuelta a España.
La entrada en la Plaza de España resultó hermosísima y fue poco después, camino al estadio olímpico, cuando el pelotón devoró al finísimo Millar. Si nos dio menos pena es porque imaginamos un triunfo de Freire, pero visto con perspectiva mejor hubiera sido morir en sus manos y a sus pies.
Hoy nos resarciremos de la decepción porque esta tarde se disputa la primera etapa de montaña, con final en Andorra. El dilema de los Astaná es curioso. Quien ataque primero se verá protegido por la ley no escrita que dicta no responder a los ataques de un compañero. De modo que habrá que esperar ataques lejanos, diversos y quizá hasta simultáneos.
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