Higuaín arrastra todavía, 16 goles después, un prejuicio estético. Es un hecho que no corre bonito, ni parece un galán y podremos convenir que no compone una bella figura con el balón en los pies. No es Nureyev ni discutiremos por eso. Diríamos que carece de la elegancia poética de otros jugadores, a los que basta un buen control para romper una docena de corazones. Y no hablo de belleza física, por favor; me refiero al encanto que desparraman aquellas personas, futbolistas o no, que disfrutan de una excepción o una extravagancia. Una zurda, una especialidad, un pasado, un mal humor. Algo.
Higuaín llegó tan indeterminado que hasta el peinado lo tenía por definir. Y a falta de antecedentes, fue juzgado por las apariencias. Parecía lento, rígido, tímido y a las peores suposiciones se sumaron sus problemas iniciales con el gol. Era, por decirlo de algún modo, un delantero sin papeles.
Ahora, tres años más tarde, Higuaín es el mejor goleador del Real Madrid en Liga y sus tantos, el último anoche, se traducen esta temporada en 17 puntos. No hay jugador más determinante en el equipo ni futbolista con más reconocimiento pendiente, empezando por el de su selección. Y lo más asombroso, pese a todo, sigue siendo su edad: 21 años.
Si comienzo por la breve biografía de Higuaín es porque el partido de ayer no dejó otro protagonista. Hasta el minuto 48, cuando marcó su gol, el partido había sido una berrea. Tantas eran las precauciones tácticas, que el fútbol quedó en segundo plano, sumergido en un mar de ardores, presiones y patadas. Incluso considerando sus bajas, costaba creer que el Madrid fuera un aspirante al título. Tampoco el Málaga recordaba al equipo ágil y audaz que se mantiene en la pelea por Europa.
Cambios.
Hubo sorpresas de inicio. Juande descartó a Guti y apostó por Gago, aunque hace tres días estaba en Bolivia. Metzelder entró por Cannavaro, fundido tras su periplo internacional. El medio campo se resintió más que la defensa. Sneijder es volátil como pivote y ni siquiera la ayuda de Raúl sirvió para ordenar los movimientos.
El Málaga dominó el centro del tablero sin sacar excesivo beneficio. Apoño se apoderó del timón, pero faltó conexión con el ataque. Eliseu anduvo obtuso y Duda estuvo inconstante, alternando inspiraciones y ausencias.
Con ese panorama se alcanzó el minuto 48. Higuaín tomó el balón en propio campo y regateó a Apoño. Le quedaba un país por delante, pero comenzó a recorrerlo, con su tranco percherón, batiendo hierba, resoplando. El Málaga se replegó despreciando esa amenaza y más pendiente de las otras, Raúl, Huntelaar, el glamour.
Higuaín se coló por esos pasillos y en la frontal del área, lanzado como un camión, burló la oposición de Weligton con un quiebro extraordinario. Una vez se situó frente a Goitia, no le alteró ni el manotazo del defensa ni la osamenta del portero; chutó cruzado y marcó gol.
Allí murió el Málaga y a partir de ahí creció el Madrid, lo suficiente para mejorar su imagen y su autoestima. Higuaín no salió a hombros, se marchó andando, con las piernas arqueadas y ese extraño peinado que corona a un fabuloso futbolista que no lo parece.
- Spoiler:
as