Si juzgamos el resultado, hablaremos de un Madrid implacable, perseguidor constante, sabueso tenaz, bien por Juande. Si medimos el fútbol, diremos poco o nada. El Madrid no es ni orquesta ni coro. Es un archipiélago, una clase con cuatro empollones, un concurso de solistas, un Festival de Benidorm. El prodigio no es ganar tanto, es ganar así. La proeza consiste en desafiar la parafernalia del Barcelona con argumentos tan rudimentarios. El hallazgo es prescindir del fútbol, perseguir como los Picapiedra, con tracción a las dos piernas, y continuar, pese a todo, en el rebufo de este Barça esplendoroso.
Ayer volvió a suceder. El Madrid venció gracias a un fogonazo, otra vez de Higuaín. El gol de Robben entra en la categoría de las guindas confitadas, hay quien las aprecia. Lo difícil, como siempre, fue acertar el primer puñetazo entre el hígado y la moral. Y en ese momento de la verdad no hay otro más clarividente que Higuaín. El muchacho se vio rodeado en una banda y escapó de allí como el Zorro de una emboscada; después asistió a Raúl, que sólo tuvo que depositar la bota en la casilla correspondiente. Minuto 43.
El capitán agradeció el regalo y zanjó una racha de mes y medio de sequía, lo que llena de argumentos a sus cofrades hasta dentro, al menos, de otro mes y medio. La veteranía es un grado, de general, concretamente.
A partir del gol, el Valladolid sintió inútil todo su esfuerzo. Su partido estaba plagado de virtudes indudables. El equipo se manejaba con orden y se desplegaba con valentía, tocando el balón con sentido y con cierta agilidad. Sin embargo, su académico planteamiento no se acompañaba de la ferocidad que se requiere en el Bernabéu. Hay estadios donde no se puede ganar afeitado. En este sentido, el dulce Goitom recordó ayer a Serginho, vaporoso delantero de Brasil en el Mundial 82. Algo debía tener, pero no se advirtió.
Aquellos fueron los minutos de Pedro León, cuya primera parte mereció un marco. Debió retirarse en el descanso, incluso colgar las botas. No es frecuente que un futbolista visitante acapare tanto protagonismo. Lo hizo todo bien y bonito, sin alardes, con elegancia, sin crisparse, sin temer el rugido hipohuracanado de Heinze.
Y también tira faltas. En el minuto 24 Pedro León puso a prueba a Casillas con un lanzamiento que parecía lejano pero que se aproximó con violencia, tanto que Iker sólo logró repeler el sputnik. Prieto, en boca de gol, cabeceó fuera el rechace, si bien el árbitro ya había señalado posición ilegal.
Muy poco después el Valladolid disfrutó de su mejor oportunidad. De una internada por la izquierda salió un balón que Pepe estuvo cerca de colar en propia puerta. Casillas, oportuno, atrapó la pelota sobre la línea como quien salva un jarrón camino del suelo.
Atasco.
Los argumentos del Madrid eran muy pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Lass y la escasa consistencia de Sneijder. Hay jugadores que deberían venir con libro de instrucciones. A Sneijder, por ejemplo, cuesta adivinarle la especialidad. Tiene talento (disparo, nervio, pase), pero le desborda la dirección. Temo que nos encontremos ante el enésimo mediapunta.
El caso es que el Madrid no tenía ni timonel ni banda derecha, sólo Higuaín para lo que fuera menester. Y se necesitaba un gol, el que se inventó él y marcó Raúl.
Tras el descanso, Juande corrigió la posición del capitán, al que retrasó para que no se comiera las patatas de Huntelaar. Después, en movimiento genial que no nos alcanza, trastocó el equipo entero. Guti entró por Huntelaar y Gago por Cannavaro, lo que también desplazó a Lass, Heinze y Torres.
La consecuencia más llamativa es que no hubo consecuencia alguna. El equipo siguió respondiendo a los estímulos de Higuaín y los arrebatos de Robben, mientras el Valladolid se aproximaba con modestia y ya sin Pedro León, al que sólo falla la cilindrada. Víctor pudo marcar de cabeza y el equipo reclamó luego penalti de Pepe a Goitom que bien pudo serlo. Pudo. La continuación de la jugada se transformó en un contragolpe letal. Guti buscó la carrera de Robben y el holandés culminó relamiéndose, dos a cero. Guti, por cierto, cerró su actuación con números que le definen: una asistencia y una tarjeta que le impedirá jugar en Huelva.
El resumen es que el equipo de Juande engorda su estadística de equipo campeón de la aritmética. Nadie cuestiona ese valor, pero yo me niego a creer que con estos futbolistas no se pueda jugar mejor. Me resisto a que los resultados lo justifiquen todo. Hay un riesgo en aplaudir esta forma de vivir. Cuando se empieza por olvidar el espectáculo se termina por olvidar al espectador. Como ayer.
- Spoiler:
as