Los documentales en la televisión enseñan que cuando la manada sale de caza el trabajo lo hacen las leonas, mientras el león, tumbado, aguarda la pieza. Anoche en La Catedral no pasaron un reportaje de ciencias naturales, se celebró un partido de fútbol y fueron los leones quienes salieron a por alimento. Y cómo salieron, con qué apetito. En media hora agarraron, inmovilizaron y se comieron a un Sevilla que no daba crédito ante semejante alarde de fiereza. En esa media hora de locura, el Athletic obtuvo tres goles y aseguró su presencia en la final de Copa.
Fin de la historia. Tal fue la superioridad del anfitrión que el resto del encuentro casi discurrió a beneficio de inventario. El Sevilla fue incapaz de reaccionar, su fútbol apenas asomó con cuentagotas y en ningún momento puso en riesgo el increíble botín rojiblanco.
Mucho se había especulado a partir del saber estar andaluz en citas de alto voltaje, pero a la hora de la verdad, lo único que valió fue el coraje y la ambición tantos años dormida de un equipo y de una afición que vivió una noche mágica.
Más que fútbol fueron zarpazos lo que ofreció el Athletic a su gente y enfrente quedaron paralizados, a merced de un equipo que atacó y defendió con idéntica intensidad, excesiva para el cuadro de Jiménez, que salió pensando en gestionar un marcador que se esfumó en un visto y no visto.
El torbellino rojiblanco fue de una eficacia extraordinaria. Bastó con la primera llegada al área de Palop, nacida en un saque de banda, para que Javi Martínez cambiase la orientación de la eliminatoria, dotando de todo el sentido al gol de Llorente en la ida. Fue un gol más producto de la excitación que del juego, pues apenas había dado tiempo a nada, aparte de para comprobar el grado de ebullición de La Catedral.
Acaso fuera eso que se denomina el gol del público, pero lo cierto es que el Sevilla acusó el golpe y de qué modo. No supo cómo frenar el ímpetu, la agresividad y fe que destilaron los jugadores locales, que siguieron percutiendo sin más réplica que un par de faltas en su área más que sospechosas sobre Toquero y Llorente.
No tardó Orbaiz en disponer de un balón de oro para hacer el segundo, pero Palop anduvo ágil. Luego siguió una fase de interrupciones y barullo, mientras Romaric trataba de dar sentido a las esporádicas posesiones andaluzas.
El Sevilla se veía desbordado, no tenía balón y sucumbía ante tanto empuje. Fruto del desmelenamiento llegó el segundo: Yeste puso el toque al servicio de la corpulencia de Llorente. Jiménez no pudo aguantar más, retiró a Fazio, retrasó a Renato y Luis Fabiano se situó al lado de Kanouté.
La entrada del brasileño pasó desapercibida porque sin que rompiera siquiera a sudar, Toquero estrenó su estadística, tras robo de Llorente. Esta acción condensó el derrumbe de un Sevilla cuyo primera señal ofensiva se registró en el 39', un tiro lejano de Navas.
El Athletic había arrasado, planteó un abordaje y le salió todo. A base de piernas y corazón, sin que hubiese más de tres pases en cada arrebato. No hacían falta porque le robaron el sitio y la moral a un Sevilla que no pudo ni pararse a reflexionar un instante para al menos sugerir sus argumentos. Lo intentó en la reanudación, con otra pinta, en vano. El Athletic se mantuvo firme, no concedió un metro y condujo a San Mamés hacia el éxtasis. Locura en La Catedral.
El detalle. Invasión de campo al final
En cuanto Mejuto González pitó el final del partido, San Mamés estalló de júbilo. La afición invadió el campo y los jugadores subieron al palco para saludar a los aficionados.
Fuente:As