Cuando los marcianos o las sirenas nos pregunten por el Real Madrid también habrá que contarles lo que sucedió anoche. Cuando toque explicar lo invisible será el momento de recordar el partido que empezó en el Bernabéu y terminó en el Camp Nou, 622 kilómetros dirección noreste. Si hace dos años fue Tamudo quien ejerció de colaborador necesario, esta vez ha sido De la Peña quien ha reenganchado definitivamente al Madrid, aprovechando el miedo ajeno y el valor propio. No es casualidad que el máximo daño que puede sufrir el Barcelona nazca de la alianza emocional de sus más fieles adversarios. Tampoco es raro que el Barça sienta terror cuando los ve acercarse.
Ustedes me disculparán si me entrometo en la crónica de Tomás Guasch, pero el partido el Bernabéu se conectó con aquel de una forma insospechada. La fabulosa goleada que cerró la primera parte del Madrid-Betis (6-1) fue un golpe de efecto, pero de efecto inmediato. El rumor corrió como el viento y de algún modo perforó los oídos de los que no querían escuchar. Viene el Madrid.
Hubo que gritar muy alto para llegar tan lejos. Fue necesario, de hecho, que el Madrid jugara los mejores 45 minutos que se le recuerdan este año y los dos anteriores. Y si me niego la recurrente metáfora del ciclón es porque hubo plena consciencia de cuanto se hacía. Quiero decir que el dibujo acompañaba a la pasión, que había orden, sentido, plan, fútbol.
Juande ha encontrado la fórmula igual que sobrevienen los grandes descubrimientos, a partir de un fallo, de una interrupción en el discurso lógico. La ausencia de Robben abrió un camino. Entonces, sin el mejor futbolista del equipo, se desencadenó el prodigio. El recurso de Marcelo rehabilitó a Ramos porque le ofreció la banda derecha. La opción de Huntelaar liberó a Higuaín y Raúl. Y el Madrid creció de golpe.
Lo advertimos en Gijón pero ayer lo entendimos. El equipo se ha levantado una venda y ha descubierto la penicilina. La consecuencia es que, desde una ocupación racional del campo, cada futbolista alcanza el máximo de utilidad, incluso Marcelo.
El resto es una secuencia de números. A los seis minutos marcó Higuaín, que recibió de Raúl y regateó suave a Ricardo. A los catorce ayudó el portero: Ricardo se estiró en bella palomita playera y dejó la pelota en los pies de Huntelaar, que marcó el primero. El segundo lo preparó con un cabezazo y lo culminó con un remate a quemarropa o a quemarrosa, si atendemos a la primaveral indumentaria del guardameta.
Susto. Oliveira se sacudió la mediocridad del Betis para inventarse un gol y en sus pies estuvo, poco después, el hilo de otro mundo. Con 3-1 en el marcador, Casillas (su diablo) le regaló un balón que era una pistola cargada. El propio Iker (su ángel) evitó el drama.
Llegó el momento de Raúl. Marcó el cuarto del Madrid con un toque preciso y espléndido, versión mejorada del gol de Gijón. El quinto se lo dedicó a la CNN, para que lo reparta por el mundo. Le salió Ricardo y le burló con una parábola preciosa, la del hijo pródigo.
Sergio Ramos culminó la fiesta al rematar en plancha una falta. El rumor ya corría. Juande sustituyó en el descanso a Raúl, Higuaín y Cannavaro, por Guti, Sneijder y Robben. Pero de la segunda parte no hablo. Que la cuente Guasch.
Fuente:As.com