La derrota en Sevilla, sobre todo por las formas, ha destapado las carencias de un equipo deshilachado que hasta la fecha había sobrevivido de triunfos engañosos certificados con la pegada de Ronaldo o por la simple insistencia y debilitamiento del rival, pocas credenciales como para descreer de los males de antaño.
Cinco partidos de Liga y dos de Champions, con 22 goles a favor (16 en Liga) y cuatro en contra (sólo dos en el campeonato doméstico), y con un estilete soberbio: la contundencia de Cristiano Ronaldo, cuya lesión en el tobillo frenó su primera marca con el Real Madrid en nueve goles, cuatro en Champions y cinco en Liga.
Con estas mimbres se presentaba el conjunto blanco ante su primera prueba seria de la temporada: el Sevilla de Luis Fabiano, Kanouté, Navas o el proscrito Negredo. Un rival digno para medir las cualidades de este nuevo Real Madrid, para calibrar las capacidades de Manuel Pellegrini y solventar la duda de si la plantilla por la que suspiraban Florentino Pérez y el madridismo es en verdad un equipo o depende en exceso de la patente de Cristiano Ronaldo.
Arrancó el partido del Pizjuán con todas estas dudas en el aire, y terminó el encuentro con las incertidumbres previstas y demasiadas incógnitas revoloteando ya sobre el alero de Concha Espina.
Porque este equipo no carbura, bien porque Pellegrini no ha dado aún con la tecla adecuada, bien porque los jugadores no se han adaptado al plan del chileno, o bien por ambas cuestiones que, expuestas sobre el césped, ofrecen un Madrid tan apático como el que acostumbra en las últimas temporadas: lento en la transición, anárquico en ataque y despistado en defensa, un equipo que en el área rival sólo sobrevive de las genialidades de sus genios (cuanto mayor se paga el kilo de genio, mayor es la genialidad) y al que atrás sostiene, como antaño, el aura de Casillas.
Son los guantes de Iker y las puñaladas de Cristiano las que permitieron vislumbrar una realidad diferente hasta el viaje a Sevilla. Hasta anoche el Madrid goleaba, a veces incluso con momentos de buen fútbol, con un esquema y un sistema que sobre el campo se presentaban hasta lógicos en ciertas ocasiones; conducía el balón con cierta fluidez y criterio en la zona de creación, pero los triunfos eran engañosos.
Si unas victorias las certificaba Ronaldo en el primer minuto, otras las conseguía el Madrid por simple presencia, por insistencia y debilitamiento del rival, pocas credenciales como para descreer de los males de antaño y confiar no ya en un triunfo, pero sí al menos en un partido convincente ante un rival de postín como este Sevilla de Manolo Jiménez, que vuelve a mostrarse sin recelos ni complejos, empeñado en hacerse su hueco en el bipartidismo que tratan de imponer Barcelona y Real Madrid.
El plan Pellegrini
La noche de Sevilla ha confirmado las excesivas dudas que había sobre el equipo. Pellegrini continúa despistado, como si aún no se hubiera hecho con los mandos del vestuario, y eso se traslada al campo. Con la pléyade de jugadores que le ha regalado Florentino, su plan estético y esquemático debería apuntar ya hacía la sinfonía, pero el pentagrama apenas llega para una orquesta.
El chileno salió de la pretemporada con una idea transparente, o eso se empeñaba en trasladar, pero hasta la fecha este Madrid no ha destilado más que el rutilante destello del porte de sus grandiosas figuras. Vive de la pasión de Cristiano y las apariciones de Kaká, dos jugadores sobresalientes, soberbios y a los que el técnico puede terminar agotando si no les ensambla en el esquema adecuado.
Junto a ellos aparece Benzema, que hasta ahora sólo brilla por eso, sus aparaciones; tampoco encuentra el sitio, no se siente cómodo como punta más adelantado, -comenta que prefiere otra referencia en ataque, que es como despuntó en el Olympique- y ha terminado por buscarse la vida y los balones para encontrar el premio del gol.
Y luego está Raúl, el eterno Rául, que no se sabe si está para marcar su última época dorada, para ayudar en caso extremo de auxilio o para aplaudir y animar desde el banquillo. Pellegrini no se atreve a concederle un rol concreto, y eso tampoco ayuda, y menos a Higuaín, cuya progresión se ve atrancada por la omnipresencia del capitán.
Por detrás, Xabi Alonso no necesita demostrar en cada partido que es el elegido para manejar el centro del campo, pero sus cualidades se potenciarían si el técnico eligiera un esquema más adecuado. El donostiarra es el director incuestinable de este plan, pero Pellegrini aún no ha dado con su pareja adecuada: con Lass funciona, con Granero apunta muy buenas maneras, y con Guti, sólo en ocasiones. Probar con Mahamadou es la última alternativa, pero no la más ilusionante.
Además, Pellegrini se empeña en no jugar con extremos, pero tampoco ocupa las bandas, y el ataque se resiente por el nulo aprovechamiento de los costados. Si los laterales tampoco suben, y además Marcelo sufre en defensa -ya no sirve acordarse de Ribèry, ¿o sí?-, la transición del equipo es harto complicada.
Luego está la zaga. Ahí el equipo engaña, porque Iker se ha encargado de tapar las muchas vergüenzas que el Madrid esconde atrás; los saques de esquina son un botín para el rival y el equipo no ofrece garantías para contener las oleadas de un adversario serio como anoche lo era el Sevilla. En el Pizjuán, Iker y la fortuna posibilitaron que encajara sólo dos goles, los mismos que en los cinco partidos de Liga anteriores.
Pellegrini tiene muchas anotaciones en su libreta, quizá demasiadas. Es el momento de que 'el ingeniero' se decida ya a tachar dudas y encuentre soluciones cuanto antes, porque el Barça y la Champions no perdonan.
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