Aunque aquel mismo año el Real Madrid consiguió su cuarta Copa de Europa, el primer gran éxito individual del deporte español fue la victoria de Federico Martín Bahamontes en el Tour de Francia de 1959. Ha pasado medio siglo de la gesta, pero este año se cumplen las Bodas de Oro y la hazaña del Águila de Toledo, como así se conoce al ciclista español en el mundo, está más viva que nunca.
Muchos todavía no habíamos nacido cuando Bahamontes ganó la ronda gala, pero conocer la historia del Águila, y de su gesta en Francia, es conocer la historia de nuestro país, la España del franquismo y de la posguerra, una España dividida y hambrienta en la que había que trabajar duro desde muy joven para salir adelante y poder sobrevivir, porque sólo los afortunados —y enchufados del Régimen— lo hacían con cierta holgura.
Medio siglo después, afortunadamente, la situación ha mejorado ostensiblemente y tanto a nivel político como económico y social aunque, sobre todo, deportivo, nuestro país poco o nada tiene que envidiar al resto, siendo en muchos casos, y especialmente ahora en materia deportiva, la envidia del universo.
Bahamontes, qué duda cabe, fue el pionero de los éxitos que hoy está obteniendo el deporte español, en especial por lo que al ciclismo se refiere. Luis Ocaña (1973), Perico Delgado (1988), Miguel Indurain (1991, 1992, 1993, 1994 y 1995), Óscar Pereiro (2006), Alberto Contador (2007) y Carlos Sastre (2008) han sabido imitar el vuelo del Águila y ganado en París.
Debido a la difícil situación económica de la época, Bahamontes fue un ciclista tardío, ya que comenzó a competir, casi por casualidad, a los 19 años. “Yo venía del estraperlo”, recuerda Fede. “El día 18 de julio era fiesta en Toledo —fecha del Alzamiento Nacional— y cuando yo llegaba de hacer 60 km cargado para el estraperlo con una bicicleta de paseo me encontré con dos amigos. ‘¿Dónde vais?’, les pregunté. ‘A correr’, me respondieron. Me dijeron que si me apuntaba a Educación y Descanso me dejarían correr”.
Faltaban sólo dos horas y media para la carrera, pero pudo apuntarse. “Me dieron una camiseta y un pantalón de baloncesto, y con eso corrí. Antes, me comí un plátano y un limón con cáscara y todo. Luego, cuando llegué a casa después de la carrera, me zampé la comida de todos”, recuerda con nostalgia.
Ni qué decir tiene que aquella primera prueba la ganó. “Gané, pero desde la salida, como de costumbre. Y sin rastrales y sin nada. Entrenado sí estaba por el estraperlo, porque al menos un día sí y otro no iba hasta Gálvez y Torrijos y volvía cargado con pan, harina, garbanzos... lo que encontraba, que luego vendía mi madre para sacar otro pequeño sueldo, porque mi madre ya me había dicho que hasta que no sacara 50 pesetillas no me dejaría entrenarme. Mi padre no quería que me fuera a correr, pero después de que gané aquella carrera todos empezaron a decirle: ‘¿Has visto a tu hijo? Ha ganado a todos’. Mi padre se enteró de mi victoria a través de los amigos”.
Gracias a la bicicleta, Bahamontes dejó de pasar hambre, aunque nunca se sació de triunfos. “Claro que pasábamos hambre, porque no había nada que echarse a la boca y por eso nos dedicábamos al estraperlo. Yo vendía la caja de naranjas picadas a 6 reales, quitaban lo malo y allí mismo, en la puerta del mercado, se las comían a bocados. Yo me coloqué en el mercado para matar el hambre que pasaba: al menos allí había naranjas, manzanas...” Así hasta que el ciclismo le fue, poco a poco y gracias a sus esepctaculares triunfos, sacando de la miseria.
Pronto Bahamontes se hizo con un hueco importante en el pelotón, en el que se le empezó a conocer como el Águila de Toledo. “Ese apodo me lo puso un francés, que vino a hacerme una entrevista cuando yo empezaba a destacar en las vueltas. Vinieron a Toledo, les llevé a la Puerta de Bisagra y me preguntaron: ‘¿Qué es eso?’ ‘Eso el Águila de Toledo’, les respondí. Y a partir de ahí me empezaron a llamar así. Luego monsieur Goddet se encargó de recalcar que volaba en las cuestas porque era un águila. Me seguía tan de cerca que en los puertos del Tour se bajaba del coche descapotable y se montaba en una moto para verme”.
La leyenda del Águila, probablemente el mejor escalador de la historia, no había hecho sino comenzar. “Fui escalador por genética, pero también por el entrenamiento que hacía en el Cerro de los Palos, donde salía en frío y hacía toda la subida a tope. Pero también gracias al reparto con la carretilla, porque tenía seis o siete verduleras a las que repartía todo lo que compraban. Siempre iba cargado con más de 100 kg., empujando la carretilla por Toledo, con las cuestas que hay. Eso influyó mucho en la fuerza que tenía. Ahora mismo, nadie me sigue andando. Mi madre tenía 88 años e iba por la calle como una liebre. Y mi abuelo no te digo... Es la genética por parte de mi madre, de los Bahamontes, porque los Martín son más calmados”.
Necesitada como estaba aquella España de mediados de siglo de alicientes y alegrías, pronto tomó partido por los ídolos de la época. Y unos lo hicieron por Loroño y otros por Bahamontes, rivales encarnizados en la carretera aunque a la postre amigos, porque al final supieron restablecer sus relaciones. “Verdaderamente, no existió esa rivalidad. Tenía más problemas con Bernardo (Ruiz), que siempre lo enredaba todo y le llevaba (a Loroño) al huerto. Lo que pasaba en el ciclismo español era que había dos bandos: el de Torelló y el de Multra”, explica Bahamontes, a quien acaba traicionándole el subconsciente. “Loroño a mí no me ha ganado nunca, sólo la Volta a Catalunya porque se vendió el director. Eso es lo que más me duele: enterarte de estas putadas. Porque perdí aquella Volta a Catalunya andando más que ninguno; y en la Vuelta a España también tuve que ceder. La afición lo sabe, pero no estoy en el palmarés y eso me cabrea”.
Y llegó el Tour 59, el de la consagración. “Durante el invierno, en una cacería de galgos en Talavera, Coppi me fichó para el Tricofilina. Fausto me convenció de que tenía que olvidarme de la montaña par centrarme en la general. Le hice caso y gané la montaña y el Tour”.
No resultó, sin embargo, tan fácil. “Como desde Bilbao hacían campaña para que Jesús Loroño fuera el jefe de filas en el Tour, yo hablé con Langarica y le dije bien claro: o va Loroño o voy yo, porque no quiero más líos. Y Langarica dijo que no, que el que tenía que ir era yo. Al salir de la Federación, en la calle Barquillo, una persona le llamó antivasco, por dejar a Loroño fuera, y Langarica le pegó tal puñetazo que se rompió un dedo”. La polémica fue terrible. “También le rompieron las lunas de la tienda que tenía en Bilbao y a su mujer le escupían en el autobús. Pero Langarica cortó por lo sano sabiendo que no podía consentir que el equipo nacional, ya antes de salir, se llevara mal”.
Poco después, el 18 de julio de 1959, otra vez coincidiendo con la gran fiesta franquista, Bahamontes se alzó con el triunfo en el Tour. Las hemerotecas, sobre todo las francesas, dicen que el Águila se aprovechó de la guerra interna que había en el equipo galo, pero Fede lo desmiente. “No fue un problema de la guerra que tenían entre ellos, sino de que no me podían sujetar. ¿Cuánto tiempo les saqué en sólo tres etapas?”.
El recibimiento fue espectacular y, aunque tuvo audiencia con el mismísimo Franco, Fede no entiende de colores. “Yo era y soy amigo de mi país. Es como con las banderas: no entiendo que, si somos españoles, haya tantas”.
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