Mucho que decir. Primero: bravo por la selección de Irak. Ambulante como lo fue el Hungaria de la guerra fría o la Euskadi de la Guerra Civil, el equipo iraquí fue un digno rival para la campeona de Europa. Jugó a la defensiva, naturalmente, pero no hubo nada mezquino en su actitud, ni patadas ni balonazos. A diferencia del inocente fútbol neozelandés, el juego de Irak aporta una picardía que resulta muy competitiva y que pudiera relacionarse, no lo descarto, con el instinto de supervivencia.
También se acompañan los jugadores iraquíes de lo que podríamos denominar el fino estilo mesopotámico y que recuerda mucho al de los iraníes de Osasuna. Entre sus futbolistas, y a la altura de los nuestros, se reveló ayer Nashat Akram, perla que ha sabido ver el Twente holandés, su nuevo club. El joven Akram (24 años) sostuvo a su equipo desde la posición del cinco argentino y con las trazas y la planta (1,85) de Fernando Redondo. Si no fuera porque volveremos a vernos, daría pena tan breve contacto con ese talento exótico.
Cumplido el protocolo con el rival, hay que recordar que España ganó y suma 34 partidos invicto. En esta ocasión nuestro triunfo se escribe así, en prosa y telegrama. No jugó mal la Selección, conste, pero careció del encanto de otras tardes. Podría apuntarse como explicación el cerrojo iraquí, pero el argumento nos quitaría importancia y la tenemos. Antes señalaría la falta de motivación, quizá el otoño surafricano, o apuntaría la importancia de quienes faltaron ayer con respecto al debut: Cesc y Riera.
Clave.
En el caso de Cesc queda claro que su influencia aumenta en ausencia de Iniesta, quizá porque ambos comparten la facultad de ocupar el espacio minado entre el mediocampo y la delantera. Ayer esa franja estuvo plagada de iraquíes y contra ese muro se atascó España. Sin profundidad por bandas (ahí entra Riera), la Selección resolvió sus circulaciones con tiros lejanos o con envíos largos a la espalda de un adversario que se protegió con decoro.
Al no encontrar salida por la izquierda, el desarrollo del juego dio más texto a Sergio Ramos, que avanzó e hizo de sus pases los mejores de la Selección. Pero no bastaba. Mata y Cazorla pecaban de timoratos y el resto del equipo se empeñaba en movimientos académicos, pero excesivamente mecanizados, sin sorpresa.
Irak, por su parte, se evaporaba al cruzar el mediocampo. Al equipo no le llegaba el esquema para cubrirse los pies y la cabeza, y eso dejaba a cada atacante en la teórica posición de náufrago: uno contra el mundo y Casillas haciendo esfuerzos por no bostezar.
España necesitó 54 minutos para marcar. Sucedió cuando Capdevila se coló por su banda y la defensa rival, exhausta, perdió la concentración. El balón atravesó el espacio aéreo iraquí y Villa cabeceó sin enemigos en el horizonte. Fue un gol por decantamiento, pero premiaba la insistencia general y la particular actividad de Villa.
El partido no fue para repetirlo en Navidad, pero servirá como ensayo general ante rivales similares y tardes parecidas. A la espera de Brasil, también hay que saber lidiar con lo cotidiano.
El detalle. Silva terminó con molestias.
Silva terminó el partido con molestias en los adductores del muslo derecho. Fue reconocido por el doctor Celada en el hotel de concentración, en Bloemfontein, y se está pendiente de la evolución que tenga en las próximas horas para decidir si puede jugar contra Suráfrica el sábado.
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