Alemania llega a la final sumida en un absoluto desconcierto. Löw fue aclamado por cambiar su 4-4-2 de siempre (Gómez, Klose y Podolski en punta) por el 4-5-1 ante Portugal, y el 3-2 escondió la verdad. El técnico había accedido a la petición de Ballack, el verdadero mandamás del grupo. El crack se sentía frustrado y poco participativo en el juego tras los partidos ante Polonia, Austria y Croacia y convenció a Löw para que sentara a Mario Gómez y diera entrada a un centrocampista más (Hitzlsperger). Así quedó liberado por detrás de un único punta, Klose.
Ahora la jugada se ha vuelto en contra de jugador y técnico. "¿Qué podíamos hacer en un partido de semifinales? La gente no puede esperar que juguemos bonito, sino que ganemos", se defendió Ballack. "Hemos tenido suerte, cómo negarlo, pero supimos sufrir...", señaló Schweinsteiger.
Löw dará un nuevo viraje: "Ahora no tenemos presión. Estamos en la final, que era el objetivo, y podremos jugar para divertirnos y atacar. Prometo una mentalidad mucho más ofensiva". El técnico, que estaba llamado a coger el testigo del fútbol de ataque de Klinsmann, del que fue segundo durante el pasado Mundial, ha terminado por condenarse a estar a la sombra de la antítesis, la Alemania de Völler que llegó a la final del Mundial de Japón 2002 (y que perdió contra Brasil) con un fútbol paupérrimo. La selección de Klinsmann, aunque quedara aupada en semifinales en 2006 (ante Italia en los dos minutos finales de la prórroga) practicó el mejor fútbol alemán de la últimos tiempos. Ante Turquía, aún con ocho protagonistas de aquella semifinal en el once (Lehmann, Fiedrich, Metzelder, Mertesacker, Lahm, Ballack, Podolski y Klose), no hubo rastro de ese fútbol.
fuente: as