Hay obras en el edificio de Rudy. Él quería echarse la siesta y comentó a una trabajadora de los Blazers que hacían ruido y que le iba a costar dormir. "Los Blazers llamaron a alguien del edificio y en tres minutos, los obreros se habían ido. Yo alucinaba", cuenta Rudy. Y así todo. Cada vez que toca el balón en el Rose Garden la gente enloquece y grita su nombre. Por la calle, todo el mundo le da la bienvenida. "Es impresionante", reconoce. "Todo me está saliendo muy bien".
LaMarcus Aldridge, el mejor amigo de Sergio Rodríguez en el vestuario de los Trail Blazers, también ha hecho migas con Rudy. "Es un gran tipo. Cada vez que me ve me grita '¡Rudy, Rudy, Rudy!', porque es verdad que los aficionados en el pabellón corean mi nombre cada vez que toco la bola", cuenta el mallorquín, convertido en la gran atracción de Portland (la 'Rudymanía' es un hecho) y en una de las sensaciones de la NBA. El escolta reconoce modestamente que la ciudad está volcada con él y enloquecida con el equipo. "En pretemporada nadie llena el pabellón menos nosotros. Cuando empecemos a jugarnos algo no me puedo ni imaginar cómo va a ser esto", señala.
Portland rebosa cultura y es marcadamente de izquierdas. Barack Obama decora coches, paredes y camisetas. El debut de Greg Oden ha sido acontecimiento nacional, pero quien ha tocado la especial sensibilidad de los fans, igual que en su día lo hizo Sergio, es el eléctrico Rudy, el tipo que para empezar hizo dos alley oops y le pasó el balón entre las piernas a un rival. "Los propios compañeros flipan bastante con lo que me anima la gente", dice.
Otro mundo
Antes de empezar los partidos, Rudy tenía un ritual. Escuchaba música, hacía estiramientos... "Ya no puedo. Tengo que atender a los periodistas hasta el último momento antes de entrar a la cancha. Después del partido contra Golden State estaba lesionado y dolido porque habíamos perdido. Normalmente me hubiera ido a reflexionar sin hablar con nadie. Ahora me voy cuando acabo de atender a la prensa", señala. Y es que la NBA es otro mundo para lo bueno y para lo extraño. Tiene pocas cosas malas."Se nota lo de los árbitros, eres novato y no hay más. Eso sí, cuando te pitan algo vienen y te explican el porqué. Yo me entero la mayoría de las veces, pero otras digo sí con la cabeza y aunque no me entere", reconoce riendo.
Frente a Golden State, perdió cinco balones. Sergio, seis. Y se ganaron una bronca, claro. "Es de estas veces que te cae y tiene que agachar las orejas y apoquinar. Tenía razón. Voy viendo lo que quiere Nate (McMillan) y estoy en proceso de hacerlo", señala.
Rudy tiene un sentido del humor muy fino a veces. Sabe reirse de las cosas que debe. Se toma en serio que le cuestionen tanto por el mate en la cara de Dwight Howard en la final olímpica para no parecer pretencioso ("Tiro balones fuera cuando me lo comentan. Se está dando demasiada bola a eso") y es capaz de tomarse a coña cuando le pregunto si en la NBA hace tanto teatro como en la ACB: "¡Pero si me dicen que me tire más! El otro día saqué una falta en ataque sin caer y el entrenador me dijo que si me golpeaban, no tuviera miedo en irme al suelo. Yo pensaba: 'La próxima vez lo hago, si se me da muy bien...'", dice riéndose.
El efecto Sergio
"Sergio está jugando de una manera increíble, es de los mejores del equipo en pretemporada. Yo creo que es el segundo base seguro y va a tener muchos minutos, y te lo digo por lo que veo en los entrenamientos, en cómo lo tratan. Contra Golden State no anotó, pero dio 10 asistencias. Está espectacular", dice Rudy, que piensa que para él su compañero español "es fundamental. Con él me siento bien en la pista y me ayuda en todo. Es casi como mi hermano, lo conozco desde hace muchos años y me está ayudando dentro y fuera de la cancha", señala.
El balance es corto pero inmejorable. Aunque Rudy no jugará el próximo partido en Atlanta (no viajó con el equipo y se quedó en casa con su madre, Maite, "para que me haga comida buena y me recupere mejor") y se probará el domingo, está feliz. Sabe que, con la lesión de Martell Webster, el entrenador cuenta más con él, ya se lo ha dejado entrever. "Toco madera para que todo siga así. No me puedo quejar de nada. No podía imaginar que iba a estar tan a gusto. La gente me quiere, juego minutos y me siento bien", acaba. Y es que cuando los americanos cuidan hasta algo tan español como la siesta, nada puede ir mal.
Fuente:Marca.com