El arquitecto, uno de los más conocidos del mundo, estuvo en Berlín para presentar How much does your building weigh, Mr. Foster?, un documental sobre su persona dirigido por los españoles Norberto López y Carlos Carcas. Compartimos veinte minutos con Foster en exclusiva para hablar de su vida, de la película y de cómo seguir mirando al cielo en tiempos de pesimismo.
¿Qué pensó cuando le propusieron rodar un documental sobre su vida?
La verdad es que lo había olvidado pero, según me ha dicho el productor aquí en Berlín, me negué rotundamente. Lo cierto es que era la última de mis prioridades: era algo que, honestamente, no quería hacer. No me interesaba en absoluto.
¿Por qué esa negativa tan tajante?
Porque una película suele girar sobre el pasado, retrocede en el tiempo, y a mí me interesa más hablar del futuro y pensar en él.
Sin embargo, terminó aceptando...
Es cierto: me convencieron de que podía ser una buena idea.
¿Quién?
Mi mujer. Es muy sabia, y muy hábil. Y una de sus grandes habilidades es la persuasión.
¿Qué relación tuvo con los dos directores, Norberto López y Carlos Carcas?
Fantástica. Durante tres años, fui perseguido con una cámara, pero se creó una especie de familiaridad agradable, como si fuésemos un circo ambulante. Me trataron con mucho respeto, y eso posibilitó que la película esté tan llena de veracidad. De no haberme sentido cómodo, habría sido ser imposible ser íntegro, realista. Pero el extraordinario espíritu de equipo que se creó logró hacerme sentir como si no hubiese ninguna cámara.
¿No le preocupaba que la película le ensalzara demasiado?
Era otro de mis miedos. Odio la formalidad, el guardar las apariencias, porque soy una persona a la que le gusta tener una vida privada, que disfruta mucho de su familia y a la que no le gusta llamar la atención. Además, no tengo ninguna necesidad de publicidad ni de demostrar nada a través de un documental.
Entonces, ¿por qué?
Porque me convencieron de que debía compartir, mostrar, los entresijos de la arquitectura. Tratar de comunicar por qué la arquitectura es importante, y hablarle a las nuevas generaciones de la gente que me influyó, de mis maestros, de la suerte que he tenido de poder aprender de otros.
¿Qué muestra, entonces, de usted?
Por ejemplo, que no he sido un privilegiado, que la suerte no me ha caído del cielo. Si tienes una pasión, si realmente crees en algo, esfuérzate y podrás hacer posibles las cosas con las que has soñado. Era importante contar eso, es algo que tiene mucho que ver con la educación.
¿Qué descubrió de sí mismo haciendo la película?
Más que descubrir, pude recordar cosas. Por ejemplo, la suerte que tuve por lo mucho que me amaron mis padres. La buena, aunque modesta, educación que me dieron. Pude viajar a través de mi vida, en el tiempo. Volví a mi casa natal, que no visitaba desde hacía 17 años, y eso me trajo innumerables recuerdos.
¿Cómo se sintió ante determinadas preguntas íntimas?
Al principio incómodo, pero después me permitió estructurar y articular muchas cosas de mi propia vida. Te das cuenta de que has hecho cosas desastrosas, por ejemplo, pero también cosas buenas. Pude reflexionar, en voz alta, sobre la enfermedad que sufrí, sobre algunas de las cosas más intentas que me han pasado en la vida. Fue un trabajo de introspección bastante interesante. Me di cuenta de cosas que debí haber hecho en su momento, pero que dejé pasar. De la gente extraordinaria que he tenido alrededor, de cómo me ha ayudado el enorme talento de muchos jóvenes que me han rodeado. El entusiasmo que se ha generado en mi estudio. Cómo el diseño y nuestros edificios se han hermanado. Y cómo, después de tantos años, si sigo tan implicado en mi trabajo es porque todavía me motiva.
¿Feliz, entonces, de estar presentando la película en Berlín?
Sí. He podido ver a muchos amigos. Ha sido como una fiesta, con vuestras entrevistas, con las proyecciones y las cenas. Pero te soy sincero: no veo el momento de volver de una vez a mi casa.
En la película hay dos momentos muy emotivos: cuando se le ve jugar con su hijo pequeño y cuando habla del cáncer.
Sí, son dos momentos en el límite de lo que debe saberse de mi intimidad. Creo que incluso la sobrepasa, pero en fin... Me gustó recordar esos momentos difíciles, cuando me diagnosticaron un cáncer y me dijeron que podía morir en tres meses. Pensé en cómo, con mi experiencia o la de gente como Lance Armstrong, hablar del tema puede servir de inspiración y quizá ayudar a alguien. Pensar que vas a morir es devastador. Piensas que es el fin del mundo. Pero, si lo superas, compartirlo puede ser muy enriquecedor.
¿Cómo vivió esa visita al médico?
Cuando me lo dijeron, miré al reloj y me pregunté cuánto iba a durar. Esa misma noche tenía una cena pública, relacionada con unos premios de arquitectura en Barcelona. Recuerdo que no pude asistir, y me criticaron por lo que consideraron una falta de educación. Imagínate: una fiesta esa noche y, por la mañana, me dicen que puedo morirme. Pero eso fue hace ya once años, y nunca pensé que me iba a quedar tanto tiempo.
Quizá, por eso, el final de la película es tan optimista. Viendo la situación del planeta, ¿por qué serlo?
Para ser arquitecto, tienes que ser dos cosas: optimista y curioso. Me gusta ser optimista. Creo que el espíritu humano es capaz de cosas increíbles. Los más bellos edificios, el Chrysler Building, el Empire State, fueron levantados en épocas de ruina, depresión, pesimismo. Ojalá podamos hacer lo mismo con este Mundo.
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