Sencillamente no hubo partido. No nos empeñemos en querer analizar lo que fue una simple exhibición de los de Manzano ante el peor Valladolid de la era Mendilibar que se recuerda. Sólo las caras de los jugadores, técnico y presidente del club blanquivioleta al abandonar el Ono Estadi se asemejan al esperpento perpetrado por todos ellos ante un Mallorca que demostró estar crecido y confiado en sus enormes posibilidades. Los de Manzano le llegaron con los puños a la cara a los de castellanos cuantas veces quisieron. La primera de ellas a los 4' cuando un balón colgado al área del Valladolid se convirtió en una carambola de erráticos despejes que iban a terminar con el balón en las botas de Nunes. Ante tal invitación, el portugués no falló y empezó a romper el partido, casi a destrozarlo.
Incomprensiblemente el Valladolid, un conjunto caracterizado por su presión, empuje y coraje, acusó en exceso el tanto, de tal manera que se convirtió en un títere incapaz de dar dos pases seguidos y de recordarle a Aoutate que estaba jugando al fútbol y no pasando la tarde en la pradera con la fiambrera y la bota de vino. Al israelí le hubiera dado tiempo a merendar y a seguir de manera relajada lo que pasaba tan lejos de él.
Con Diego Costa a la deriva, las bandas de Sisi y de Asier desaparecidas y la inspiración de Canobbio en cualquier sitio menos en la isla de Palma, las andanadas vallisoletanas no es que fueran flojas, simplemente no existían. Así vivieron de cómodos Nunes y Ramis, encantados de la libertad que la tarde les daba para subir al ataque cuando lo estimaran necesario.
Mientras, la ambición y las ganas de sentenciar cuanto antes el encuentro le permitían a los locales asediar a un Jacobo al que daban ganas de rescatar por cualquier puerta trasera del estadio para evitarle lo que con seguridad se le iba a venir encima. El portero del Valladolid fue su mejor hombre, diría el único. Mientras, Tuni destrozaba por su banda a Pedro López. Marcos sufría un calvario tras haberse lesionado la rodilla y Nivaldo y Baraja daban todo un curso de malos despejes, de lentitud y de falta de colocación. Aduriz y Víctor eran puñales que se iban clavando cada vez más dentro del entramado blanquivioleta.
Resultado corto.
Antes del descanso, la herida pudo agrandarse más si Jacobo no hubiera parado el remate de Aduriz de cabeza en el 23' o si Víctor no hubiera elevado en exceso un mano a mano fácil de resolver con el cancerbero visitante a los 25'. Fernández Borbalán colaboró con la causa pucelana al no pitar un clamoroso empujón de Nivaldo sobre Aduriz. El brasileño sale a expulsión, posible penalti, mal despeje o despiste por partido. Va enseñando la patita.
Mendilibar no pudo arreglar el desaguisado en el descanso. La frivolidad de alinear a ocho hombres distintos a los que jugaron el miércoles ante Osasuna y ante estos, a seis diferentes a los que habían jugado en Zaragoza, se coronó con la presencia de Asier, descartado en verano, en el equipo inicial. El asunto tenía ya poco arreglo.
Quizá por ello la segunda parte fue también local. Un aviso serio de Borja Fernández con un disparo que rozó la escuadra fue lo poco rescatable en ataque de los visitantes. Los bermellones siguieron intensos y ambiciosos y destrozaron a su rival cuando éste pretendió jugar con tres defensas. Fueron pocos minutos, pero suficientes para que Aduriz, espléndido, y Borja Valero, sentenciaran tras dos galopadas en solitario ante Jacobo. El tercer tanto llegó precedido de un disparo a gol de Bueno que detuvo el cancerbero israelí. Por cierto, magnífico el partido de Mario Suárez. Fue el dueño del centro del campo y, junto a Borja Valero, el encargado de marcar el ritmo al que le interesaba jugar al Mallorca.
Gran imagen y pleno balear con nueve de nueve en casa y alarma roja en el Valladolid. Los de Mendilibar están irreconocibles y así llevan desde la pretemporada. Las señas de identidad han desaparecido y no se ven atisbos de recuperarlas en breve. Cuidado.
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