En la Cresta del Gallo esperábamos un movimiento entre los favoritos y nos quedamos con las ganas. Será que nos resultaba estimulante el nombre del puerto, sus resonancias entre caciquiles y galliformes. Sin embargo, todo lo que imaginamos sucedió entre los escapados. Se atacaron, se defendieron y se vieron sometidos a los elementos, en forma de pinchazo, derrape o caída. Finalmente, el australiano Gerrans se impuso en un grupo de cuatro supervivientes, mientras un selecto pelotón de 30 ciclistas se presentaba a 3:42 tranquilo y aliviado.
Entre las peripecias que dieron emoción a la etapa hay que destacar dos desgracias sin derramamiento de sangre. La primera fue el pinchazo de Benat Intxausti, castigado por los hados cuando había dado caza al alemán Gerdemann, entonces cabeza de carrera. Si el germano sonrió por la desdicha tuvo condena inmediata. Cuando corría en pos de la victoria de etapa, una caída le dejó abandonado en el arcén, enhiesto pero desolado, a la espera de un mecánico, una rueda o una madre con mandil. Ni siquiera le quedó la gloria de un porrazo fastuoso. De pronto, perdió foco, fama y gloria.
Antes de los accidentes, el ascenso a la Cresta del Gallo estuvo plagado de alternativas. No era tan raro si pensamos que 19 ciclistas se presentaron ante las primeras rampas con seis minutos de ventaja sobre el pelotón. Eran los integrantes de una fuga formada a los diez kilómetros de la salida y plagada de buenos corredores que aún luchan por consolar una actuación discreta. Entre ellos, Vinokourov, Fuglsang, Duque, Gárate, Tosatto, Gerdemann
Los primeros en iniciar el zafarrancho fueron el propio Gerdemann y Aitor Pérez Arrieta, ciclista del Contentpolis murciano, formación que llegaba a casa. A este respecto, en estos tiempos de aldea global, resulta entrañable el empeño de los equipos ciclistas por volcarse en la tierra de sus casas comerciales, suponiendo, imagino, que el patrón espera en la meta con un puro y una prima (monetaria).
Gerdemann, esperanza del ciclismo alemán y líder del Tour 2007, tomó la delantera y pareció pedalear con firmeza hacia el triunfo. Su problema fue doble: las fuerzas propias y las ajenas. Mientras perdía fuelle, los otros fugados encadenaban empellones y escaramuzas.
La consecuencia es que Intxausti, del Fuji Servetto (ex Saunier, equipo en busca de redención), atrapó a Gerdemann y ambos fueron atrapados, a su vez, por la maldición. Tras ellos, primero, y por encima de ellos, después, circularon Vinokourov, Gerrans, Hesjedal y Fuglsang (pronunciar como se pueda). El descenso resultó tan arriesgado como una montaña rusa con los tornillos flojos. Suerte que todos los pueblos tienen un santo.
Basso.
Entre los candidatos, el trabajo de Liquigas nos hizo pensar en un inminente ataque de Basso, pero no se produjo. Poco puerto para sus condiciones de fondista o muchos rivales alrededor. Ya en el descenso, Valverde y Samuel Sánchez marcaron el ritmo del pelotón para evitar derrumbes y titubeos, uno conocedor del terreno y el otro experto en el arte de las bajadas y los precipicios (aunque se cayó en Tudons).
Vinokourov, de vuelta tras dos años de sanción, hizo lo posible por ganar la etapa, pero no le bastó con la proverbial insistencia kazaja. Gerrans fue más rápido y se impuso en Murcia para completar victorias en las tres grandes vueltas. Luego, en el podio, el australiano ganador dejó de resultar implacable para parecer el hermano pequeño (y colegial) de las formidables azafatas.
En el turno de Valverde, también hubo anécdota. El murciano se quiso acompañar de sus gemelos (Iván y Alejandro), que sólo dejaron de llorar cuando fueron sostenidos por las morenas de amarillo. Son listos y rápidos, como el padre.
Hoy, entre el calor y nuevas montañas, se disputa la etapa que se resiste a firmar nuestro corresponsal para evitar maliciosas conexiones entre nombre, ciudad y retrato: Chema Bermejo, Caravaca.
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