Cuando todo indicaba que el partido finalizaría con un lúgubre empate a cero, Guti marcó un gran gol por la escuadra. Lo consiguió al lanzar una falta que él mismo había sufrido en la frontal del área, un derribo innecesario, por otro lado, que emparentó el ímpetu de Román, el infractor, con el habitual ardor de su compatriota Heinze.
Guti llevaba en el campo ocho minutos y ya acumulaba un buen número de razones para pelearse con el mundo. La primera, no ser titular. Después, sobre el césped, había fallado un par de pases de los que escuecen y sus errores se conectaban, irremediablemente, con su mal partido contra el Liverpool y con tantas distracciones que le salpican la biografía.
Si a lo dicho sumamos que el Madrid había sumado ocho triunfos seguidos en Liga sin su presencia, se puede comprender que Guti tuviera que explotar por algún sitio. Hasta los genios insondables acaban siendo previsibles. Basta con entrar en su mundo y razonar al revés. Cuanto peor, mejor.
Guti es así y deberíamos saberlo; no en vano le hemos visto crecer, tatuarse y dejarse el bigote que ayer se afeitó. Guti necesita venganza. Precisa contestar a los que dudan, gritarles el gol a la cara, rayarles el coche con una asistencia o con diez. Le eleva todo lo que le consume y esa tortura permanente, propia de los superhéroes, le hace sencillamente imprescindible. Porque siempre hay un momento en que resulta fundamental contar con un Guti enfadado. Sale, repasa las insidias y responde. La esencia de su discurso se repite y se puede traducir: habláis mucho y no entendéis nada. Y es la pura verdad.
Finiquito.
El gol de Guti mató al Espanyol, que en 71 minutos no sólo había mantenido el pulso, sino que, inspirado por De la Peña, había demostrado más ilusión por ganar. Ese balón ajustado entre los palos fue un puñal, una crueldad desligada de cualquier argumento que también alcanza al Barça.
Hasta entonces, el equipo de Juande se había manejado como un grupo desmadejado, falto de tensión, con las líneas a medio coser. Robben reaccionaba a las críticas con el firme propósito de no regatear más en su vida (el proyecto le duró 25 minutos). Sneijder no hacía olvidar la baja de Gago y Huntelaar se desesperaba por jugar de espaldas. En ese desbarajuste descubrimos al Raúl centrocampista. Y fue una revelación.
Ya fuera por indicación de Juande o por decisión propia, el capitán retrasó su posición y comenzó a repartir juego. Ya se había pasado por el medio campo otras veces, pero en esta ocasión se quedó. Con la experiencia del que ha visto mucho mundo y sabe jugar, Raúl hizo lo posible por reanimar al equipo, abriendo, colocando, enseñando... Y el hecho no es anecdótico, implica la eternidad. Raúl podrá jugar de centrocampista hasta los 40 y luego aún le quedarán cinco años como defensa libre.
El segundo tanto fue suyo. Con el Espanyol abatido, Raúl enganchó otro gol de sobaquillo, una suerte que ya puede patentar y que convierte sus piernas, ambas, en un stick de hockey. No mereció tanto castigo el Espanyol, pero Guti estaba enfadado y Raúl vivo.
Fuente:As.com