En el 2-2, a Turquía se le acabaron los milagros. Tal vez los espantó, pues jugaba demasiado atrevido en el momento en que menos se lo pedía el cuerpo, cansada y con diez bajas a cuestas. Alemania, a la que descubrimos un brillo desconocido ante Austria y Portugal, retomó su identidad y ganó gris, apenas con tres golpes de eficacia. Ganó sin alma. Como la máquina despiadada que siempre ha sido, es y seguramente será en la final de esta Eurocopa.
Ugur Boral saltó al campo con dos velocidades más y Turquía, valiente en la Montaña Rusa, se agarró a él. Fueron 20 minutos de vértigo. A los 4' Altintop no se creyó un falló de Lahm, solo ante Lehmann. A los 14' Semih no llegó por centímetros. Después, Kazim la mandó al larguero no una, sino dos veces. En la segunda, un turco pasaba por allí y sacó oro. 0-1, 22'. Ese turco era Boral, futbolista camaleónico capaz de jugar de libero y en las antípodas, en el extremo izquierdo, como ayer. Si cierra atrás igual de bien le confundirán con Beckenbauer.
Un señor despistado, con problemas para aparcar, preguntó: "¿Cuál es Alemania, la de rojo?" "No, Alemania es ésa, la de blanco", señaló otro señor con bigote mientras Schweinsteiger mandaba a la red el primer balón que un germano tocó en el área turca. Fue un gol de papeles cambiados: centró Podolski, bombardero reciclado a la banda por Löw, y remató Scwheini, un interior con maneras de nueve, al que sólo hace falta media ocasión. Con la eficacia de la aspirina, o un tractor. Muy alemán él. A pesar del empate, Turquía le había cogido el gusto al papel de dominador. Semih, Altintop y Ugur volvieron a incordiar a Lehmann.
Klose y Rustu. Tras el descanso, el partido entró en una fase de miedo: mírame, pero no me toques. Tímidos balonazos, con Ballack, deslucido todo el tiempo, haciendo la guerra por su cuenta y Boral en estado guadianesco. Los alemanes vivían en su salsa, mirando el reloj con un ojo y con el otro el corazón. Esperando una arritmia, un pecho descubierto. Los alemanes, la máquina, alemaneaban. En esas, Rustu rustubeó con otra de sus famosas cantadas. El extravagante ex azulgrana se comió un centro lejano y Klose, cabeceador profesional, adelantó a la Mannshaft.
Quedaban 10 minutos y en ellos, todos acabaron de cumplir con su papel: Turquía, la de los milagros, empató. Lo hizo Semih, el mismo que marca siempre desde el banquillo, pero que esta vez estaba en el once y esperó, claro, al final. Pero no era día de milagros, sino de máquinas y Lahm, antes tan ausente, puso el 3-2 final. Quizá no era un resultado justo. Pero sí muy alemán.
fuente: as