La obsesión del Inter fue el Barcelona y el sueño imposible de Mourinho, que su defensa fuera un arte. La coartada para justificar el feísmo de su equipo, la expulsión de Motta antes de la media hora del último acto de la semifinal de Liga de Campeones. Pero la táctica la tenía predeterminada el portugués desde el pitido terminal de Olegario Benquerença en San Siro: prohibir el fútbol. Triunfal orden que le permitirá disputar una final inédita de la Liga de Campeones, en el Bernabéu frente al Bayern Múnich. El equipo milanés sólo permitió opciones de remate a su rival en los últimos siete minutos, a partir del gol de Piqué (en línea con Muntari y no en fuera de juego), que enardeció a un Camp Nou ya resignado a perderse la final del regodeo en casa del enemigo mayúsculo. Pero el milagro de Stamford Bridge, sin Iniesta, no se repitió. Pudo reeditarlo Bojan, que marcó un gol en el descuento y fue anulado por previa (e inexistente) mano de Touré Yaya. El de Linyola, en su corta actuación, había fallado poco antes un cabezazo tras el primer desliz de la defensa del Inter, a las espaldas de Samuel.
Mourinho terminó en el césped del Camp Nou con su número de celebración y medio enganchado con un Víctor Valdés al que no le gustó nada el gesto final del portugués, que suma su tercera final. La verdad es que el inicial y el del trasunto, tampoco le gustaron a nadie. Salvo a los extremistas del funcionalismo.
Los Milito, con papeles cambiados
A Guardiola, y al barcelonismo todo, le amargaron la fiesta 'defensores' como Samuel Eto'o, primero de tapón por la derecha y tras la ausencia de Motta, un lateral izquierdo, pero de aquellos sin carril. Plantado para proteger al equipo y patear la bola lo más lejos posible. El Inter exhibió un compendio de todos los 'catenaccios' y 'autobuses' inventariados en la historia del fútbol: todos defensas. Incluso Diego Milito, que se encontró muchas veces defendiendo a su hermano Gabriel, el central, porque al Barça, ya en la primera parte, le bastaba con reservar atrás a un solo hombre, normalmente Piqué.
El Barcelona fue la nueva víctima de un muro viscoso 'a la italiana' en el que quedó emparedado, pagando al final las cuentas de San Siro, donde fue claramente inferior al grupo salvaje de 'Mou'. En el Camp Nou, se rindió a una línea de nueve tipos vestidos de blanco que saben de su oficio a la perfección. Otra excusa del portugués a propósito de su estrategia: en el calentamiento se lesionó Pandev y el recambio fue... un defensa, Chivu.
Sin chispa frente a la roca
El 80% de posesión de pelota no le garantizó nada al Barcelona, porque a esa defensa omnímoda no había manera de plantearle una duda, una sorpresa. Jugaron los azulgrana a mover el objeto rodante y a esperar el fallo del destructor, que llegaría demasiado tarde. No hubo acierto colectivo ni inspiración individual. ¿Messi, Xavi? Oscurecidos en la maraña blanca. Hasta el gol de Piqué, Julio César sólo había intervenido para sacar con una extraordinaria estirada un disparo de la 'Pulga'. Y eso había sucedido en la lejana primera mitad.
Nada le funcionó al Barcelona hasta ese estertor final, que no sirvió más que para que el barcelonisma salivara antes de quedarse en ayunas. Ni el juego colectivo, ni la inspiración individual conectaron con los últimos 18 meses de fastos 'blaugrana'. Ibrahimovic no está para nada y en este tipo de enfrentamientos se convierte en un lastre. Guardiola lo mantuvo una hora en la pradera del Camp Nou. Con algo más de movilidad, Jeffren y Bojan dieron más sensación de peligro, muy especialmente Krkic, quien tuvo en su cabeza y en su pie el viaje feliz al Bernabéu.
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