La segunda fase tampoco ha traído aire fresco a la selección, que siga sumida en su laberinto y ha cambiado sonrisas y fluidez por nervios, sufrimiento e inseguridad. Turquía, un buen equipo, atascó totalmente a los de Scariolo a base de imponer su ritmo y acumular centímetros cerca del aro. Ningún jugador del equipo español estuvo cómodo, nadie apareció para echarse el equipo a la espalda y España se complica con su segunda derrota aunque sigue dependiendo de sí misma.
La pasión turca sería, claro, el título tópico. Pero conviene evitarlo por manido y porque desgraciadamente España está lejos, a años luz, de lo que había sido su hábito de los últimos tiempos. No necesitamos tópicos, así que los cambiaremos por un diccionario realidad-selección, selección-realidad. Decíamos después de la primera fase que era imposible saber dónde está España, si va o viene y si lo peor había pasado o estaba por llegar. Pues el sudoku se está resolviendo y estamos mal, tan mal como había parecido en los tres partidos anteriores. El cambio de la munición de fogueo de la primera fase por el armamento mucho más real de la segunda no despertó al gigante, que sigue dormido, triste, encogido. No hay despegue ni continuidad y las lagunas se expanden hasta parecer océanos. Esta es la realidad: si España no mejora puede perder con cualquiera de los buenos equipos que navegan por esta segunda fase. Y Turquía es uno de ellos.
La derrota ha sido tan fea como merecida. Turquía, con un sabio tahúr como Tanjevic a los mandos y el Mundial de su país entre ceja y ceja, construyó un ecosistema absolutamente hostil para España, un equipo sin sensaciones de ningún tipo, con el gesto cada vez más torcido y que parece cada vez más crispado y peor dirigido. Turquía no contó con la versión brillante de Turkoglu, bien defendido por Rudy y capaz de quedarse en dos puntos y perder un balón que pudo ser decisivo de no mediar el indulto final de la ofuscada España. Pero acumuló su escasa anotación exterior en momentos importantes (Tunçeri, Arslan...) y sobre todo maltrató a España a base de centímetros y envergadura: Erden, Savas, Ilyasova (15 puntos, 5 rebotes) y un Asik (13+4) que campó a sus anchas durante el primer tiempo, como en partidos anteriores habían hecho en la zona española Krstic o Brezec.
De las características del equipo turco y la deconstrucción del español surgió un partido trabado, de mucho esfuerzo defensivo y pelea constante bajo los aros, cada rebote punteado y trabajado al máximo. Un partido de sensaciones contradictorias, como está siendo todo el Eurobasket para España. Un ejemplo: ganó el rebote (39-33) pero la impresión era que Turquía dominaba ese apartado, quizá porque le sacaba más rentabilidad. Otro: Gasol terminó con 16 puntos y 9 rebotes. Buenos números que no reflejan el vía crucis que pasó, siempre incómodo (6/13 en tiros), incapaz de echarse el equipo a la espalda en los momentos importantes. Lo mismo puede decirse de otros tantas veces pilares de esta selección, como Navarro o Garbajosa. El primero se quedó en 7 puntos y no pudo nunca con la defensa de Onan. El segundo anotó 3 y su selección de tiro y de opciones ofensivas fue errática.
Con todo, España volvió a tener buenos momentos, fases para la esperanza. Pero es incapaz de dar fluidez y constancia a sus estados de optimismo. Cada parcial a favor recibe al instante otro en contra, a cada acción positiva le sigue otra negativa. Pérdidas excesivas (15 esta vez), malos tiros, malos movimientos, mala circulación, demasiado bote de balón. España sigue sin encontrar dirección y pausa. Cabezas no jugó esta vez, Raúl no dio con la tecla aunque lo intentó y Ricky sigue lejos de sus mejores posibilidades. Empezó bien pero terminó naufragando ante una defensa que le flotó para explotar su falta de confianza en el tiro exterior (1/6 en triples).
Rudy tiró del equipo en el primer cuarto, en el que sumó 11 de sus 16 puntos. Las rotaciones abortaron el primer amago de buen juego de España (14-
, y Turquía vivía a base de mates de Asik en la continuación de cada bloqueo. Marc volvió a atenazarse después de dejar detalles para la esperanza (7 puntos, 6 rebotes) y cayó en batallas sin sentido contra los rivales, contra los árbitros, contra el mundo. Hubo técnicas y antideportivas para una España que tuerce el gesto a la mínima, que se mira al espejo y no se reconoce, que desconfía de todo porque desconfía de sí misma.
Y pese a todas las dudas y todos los problemas, casi hasta el final no creímos en la derrota. Imaginábamos otra victoria sin lustre, sin brillo y sin sonrisas, pero victoria al fin y al cabo. Anotación y ritmo cayeron en picado para alegría de Turquía, mucho más cómoda en la tela de araña, y desesperación de una España irreconocible en tantos momentos, que se abandona a cambios de viento que destrozan su sistema nervioso y le hacen vivir en el riesgo constante, pendiente de la moneda que fue esta vez cruz después de atascos terribles como el sufrido cuando las cosas parecían arreglarse en el tercer cuarto (43-39) o cuando parecía que Turquía sentía vértigo y tiraba sus ventajas a la basura (de 50-55 a 56-55).
Pero no hubo manera, España no funcionó ni encontró su juego -tampoco esta vez- ni sus referentes individuales. La defensa volvió a tener minutos de mérito y momentos fatales de despiste. Y así, entre pérdidas de balón y puntos logrados con sangre y fuego, España llegó con opciones al final simplemente para retratar el estado de forma y confianza del equipo y la pésima dirección de Scariolo. No bastó que Turquía jugara la mitad del último cuarto en bonus, ni siquiera hubo capacidad para arañar tiros libres. Ni sirvió la pérdida de Turkoglu que revivió el partido (60-61 dentro del último minuto). El balón decisivo quemó en las manos de los españoles. Primero se precipitó Rudy y después, tras tiempo muerto, la responsabilidad fue para Llull, que se lanzó como un kamikaze y no obtuvo premio alguno. Un final dudoso para un equipo dudoso, desdibujado y listo para el diván del psicoanalista pero que, al fin y al cabo, sigue sin tener nada perdido y sigue dependiendo de sí mismo. Lo que, tal y como van las cosas, es difícil adivinar si es bueno o malo.
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