Si sirviera una caricatura valdría Gulliver atado por un ejército de bajitos con la camiseta de la Selección española. Si sirvieran dos, la viñeta presentaría a Mestalla con los brazos abiertos porque el gran Valencia ha vuelto.
Cada imagen incluye una historia. El Real Madrid se volvió a estrellar contra la Selección que ganó la Eurocopa. Si frente el Barcelona fueron Xavi e Iniesta, entre otros genios, en Mestalla aparecieron Silva y Villa, bien acompañados todos, insisto, y portadores de ese fútbol que juega a tirar paredes y adivinar espacios. El fútbol de España, en definitiva. El fútbol que persigue al Madrid como un fantasma y me atrevería a señalar que la lejana eliminación ante el Liverpool (Xabi, Torres, Arbeloa...) forma parte de la misma maldición. Se despreció ese viento y se paga con tormenta.
Luego están las secuelas del Barça. Existía el riesgo de abandonarse, pero también el riesgo de que te abandonaran. La inspiración, la suerte, la confianza. En los tres primeros minutos el Madrid llegó en dos contragolpes que hubieran sido gol en el otro mundo y en la otra inercia. Esta vez no. El Valencia respondió con un cabezazo de Baraja y Casillas firmó la parada del año. Entonces pensamos que hay cosas que nunca cambian y también nos equivocamos en eso.
La última oportunidad del Madrid quedó anotada en el minuto 14. Higuaín, heroicamente irreductible, penetró por la izquierda y Marcelo falló en boca de gol por rematar con la derecha, la pierna prestada, la que menos entrena.
Reacción.
El Valencia ya no admitió más confianzas y se fue creciendo en contacto con la pelota, palpándose los músculos. Pronto advirtió que en la espalda de Sergio Ramos había un filón. Ya se ha corrido la voz. Si hace una semana se benefició Henry, en esta ocasión se refocilaron Silva, Villa y Mata. O alguien rescata a Ramos o veo difícil que sea capaz de rescatarse a sí mismo.
El primer gol nació de una combinación de primeros toques: Marchena, Silva, Villa y, por fin, Mata. Su control incluyó un regate con el cuerpo que atornilló a Cannavaro en la barra del futbolín. El segundo tanto no lo esperaba nadie, ni el ejecutor. Silva chutó como quien compra lotería y Casillas se tragó el balón, el último síntoma de la desintegración blanca.
Todo resultaba tan cómodo que el Valencia empezó a repartirse puros y taconazos. El equipo se inventó un concurso y lo ganó Baraja, autor de un gol sublime y en buena parte zidanesco, pues debió recibir con la zurda un balón que mandó por correo aéreo Pablo Hernández. Mestalla era una fiesta.
No cayeron más, aunque pudieron, y también pudo recortar el visitante en un arreón de furia. Pero ya no importaba demasiado. El hecho es que el Valencia ha recuperado la autoestima y el Madrid la pierde a chorros. Y ojo para los que vienen porque el estado anímico de unos y otros también se traduce en cotizaciones que suben y bajan.
Habrá madridistas que piensen que sería más fácil quedarse con el Valencia y hacer unos retoques, que intentarlos desde el Madrid. Quizá no les falte razón, pero dudo que la negociación culmine.
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AS